Alemanes del Volga





A causa del gran desequilibrio sufrido en Europa en el Siglo XVIII, como consecuencia de las guerras, conflictos e invasiones, así como también la intolerancia religiosa entre católicos y protestantes, sumado a la mala situación económica, y a pesar de las prohibiciones del gobierno que intentaba retenerlos en el país, una parte considerable de la población de Alemania, que se dedicaban a la agricultura, sobre todo en las regiones de Hessen, Palatinado y Baviera, se vio obligada a emigrar a Rusia. En esa época gobernaba Catalina la Grande, que abrió las puertas para que los alemanes ocuparan la región del Volga que recientemente había conquistado. El primer contingente se instaló allí en 1764, y a pesar del entorno, conservaron su idiosincrasia. En 1874 el zar Alejandro II obligó a los campesinos alemanes a regirse por las leyes rusas, por lo que perderían su autonomía, sus costumbres y su lengua. También se veían obligados a adoptar el culto Ortodoxo ruso. Estas fueron las principales causas que impulsaron a los alemanes del Volga a realizar una segunda migración, pero esta vez hacia el continente americano, principalmente a EEUU, Canadá, Brasil y Argentina. La historia de la llegada de los alemanes del Volga a nuestro país comenzó en diciembre de 1877, con el arribo al puerto de Buenos Aires de ocho familias, que se instalaron en Azul (Buenos Aires). En Entre Ríos se radicaron principalmente en las fértiles tierras del departamento Diamante, pero luego se dispersaron por toda la provincia, dando orígenes a prósperas aldeas, pioneras en producciones agrícolas y ganaderas. 

En sus comunidades del Volga no tardaron en asomar la poesía y la música como natural y necesaria exteriorización de sus alegrías y de sus sentimientos. Los cantos, cuyas letras habían llevado desde Alemania, se fueron modificando a través de los años, de las aldeas y de las circunstancias. Al cantar, de pronto se olvidaban una parte del texto, entonces completaban la tonada con versos de otra canción que a veces no tenía nada que ver con la anterior. Pero en general, su música no sufrió por modas o por querer agregar algo nuevo. Quedó congelada del mismo modo que ellos las aprendieron y las cultivaron de generación en generación, porque en ella encontraron la forma de expresarse en medio de las dificultades por las que tuvieron que atravesar. Le cantan a la patria, al amor, a la amistad, a la naturaleza, al heroísmo, al lejano hogar ausente y las eternas despedidas. La gran alegría y el humor estaban presentes en las reuniones que se amenizaban con cantos, como tertulias, fiestas, casamientos y toda clase de encuentros ocasionales y reuniones. En sus creaciones había también textos picarescos y satíricos. Algo que aún hace un grupo de cantores en Crespo es juntarse el día de San Juan Bautista y visitan la casa de quienes se llaman Juan. Le cantan el Gloria con diversas estrofas de buenos deseos. Al final, el dueño de casa agradece con una botella de algún aperitivo o regalando chorizos. Los alemanes de la Alemania actual no entienden esta música porque nunca tuvieron las vivencias de sus compatriotas del Volga. Podemos decir que esta música es exclusiva de ellos, es como su sello de identidad.









































 



































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